lunes, 21 de abril de 2014

Algo más que un debate

Julio Anguita
 cuartopoder.es

En el diario El País de 31 de Mayo del 2012 y bajo el título de Soberanía compartida, Felipe González escribía lo siguiente:
 ”Cuando se decidió que debía haber una divisa única, el euro, y un único Banco Central, nos olvidamos de unos cuantos elementos fundamentales para que el sistema funcione como es debido. No es posible una unión monetaria con políticas fiscales y económicas divergentes. Al negociar el Tratado se hablaba de una Unión Económica y Monetaria, pero sólo se desarrolló la unión monetaria, acompañada de un Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se `pensó que bastaba para garantizar el debido funcionamiento de la moneda única.
La crisis financiera de 2008 demostró que no era así. Las diferentes políticas económicas y fiscales produjeron un “choque asimétrico” entre los distintos países de la eurozona y agudizaron las consecuencias negativas de la crisis”.
Pero de manera paradójica y tras el reconocimiento implícito del error que supuso Maastricht, González hizo una serie de consideraciones y propuestas que se sintetizan en cuatro:
  1.  Más Europa y menos nacionalismos rampantes.
  2. Huir del proteccionismo estatal.
  3. Federalización de las políticas fiscales y económicas.
  4. Avanzar hacia un Gobierno económico de Europa.
He traído a colación este escrito del que fuera Presidente de Gobierno porque la  línea argumental que allí se sostiene se repite una y otra vez  por otras personas, para eludir el debate sobre la conveniencia o no de que España siga en la eurozona. Analicemos las razones dadas por González.
 
De entrada se acepta que la creación de la moneda única pecó de ligereza e improvisación ya que se obviaron contenidos fundamentales e imprescindibles para conseguir el fin buscado. A continuación se reconoce que cuestiones importantes del Tratado no se han desarrollado y han quedado relegadas sine die. Una vez que esa cuestión ha sido subrayada con énfasis se concluye recomendando que se cumplan los contenidos del Tratado que se han olvidado. Es decir, frente a una realidad como es el fracaso de la moneda única para conseguir un espacio europeo económica y socialmente integrado, se opone una descripción académica de objetivos, fines y metas pero sin entrar en las causas que los han hecho imposibles.
 
Y es que cualquier diseño, proyecto u objetivo de gran alcance debe tener como base imprescindible quien o quienes son los encargados de realizarlos, quienes son los protagonistas y quienes los beneficiarios. Veamos siquiera someramente, un ejemplo. La troika comunitaria marca una política económica a los Estados integrantes de la misma: austeridad, reformas del mercado laboral, líneas de las políticas fiscales, control de los presupuestos, etc. Sin embargo a la hora de abordar el paro hace recaer sobre esos Estados la responsabilidad de solucionarlo. Los hace responsables del problema pero les quita los instrumentos para abordarlo.


Esta aparente contradicción no es tal si tenemos claro que la UE y el euro han sido diseñados para potenciar la hegemonía de la banca, el capital transnacional y los grupos económicos dominantes. Lo último que esos poderes podían permitir es una estructura política integrada en todos sus aspectos económicos, fiscales, monetarios, sociales y políticos. De ser así saltarían por los aires los instrumentos que dominan a los Gobiernos democráticos: el mercado como dogma intangible, la competitividad como fuerza genesíaca de un nuevo orden de darwinismo social y el crecimiento sostenido como la nueva mística de la economía elevada a categoría de religión infalible. Dicho de otra manera, lo último que los poderes económicos dominantes quisieran tener es una Europa federal, con Gobierno, Parlamento digno de tal nombre y, en definitiva, un territorio sobre el que las leyes o incluso documentos como la Carta Social Europea fuesen de obligado cumplimiento en todo el ámbito territorial de esa Europa unida. El capital transnacionalizado no puede admitir un orden político también transnacionalizado por muy afín que fuese con él.
 
En consecuencia, pedir en esta tesitura que los poderes dominantes se hagan el harakiri es simplemente evadirse de la realidad. Por eso, cuando la crisis, los desmadres de la banca y el paro estructural son acompañantes permanentes de la cotidianeidad, pedir más Europa es trasladar a la pizarra teórica un problema de carácter eminentemente político; en absoluto técnico.
 
Somos conscientes de que salir del euro es una cuestión que contiene dificultades, riesgos y momentos de indudable tensión. Pero también somos conscientes de que seguir así es la crónica de una muerte lenta anunciada; hay que optar entre una ruptura con apoyo popular o la extinción del futuro, el alto paro crónico, la precariedad y el permanente atropello a los DDHH.
 
Pero abordar la salida de la eurozona exige, además, otra medida que rompa la cadena de dependencia y sobre todo el dogal ominoso del reformado artículo 135 de la Constitución que los dos pilares de la segunda restauración borbónica (PSOE y PP) perpetraron. En consecuencia debemos hacer centro de nuestra propuesta la auditoría de la Deuda Pública, la moratoria sobre la misma y una contrapropuesta de nueva Europa que tenga como sujeto de la misma a la mayoría social.
 
Salir del euro fue, hasta hace poco tiempo, una visión que tenida por irreal no tuvo gran repercusión. Sin embargo, hoy en día, economistas, políticos, intelectuales y un parte importantes de la población, consideran tal hipótesis como algo plausible y demandado por la fuerza de los hechos. Es una cuestión eminentemente política. Desde el Frente Cívico impulsamos este debate.

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