sábado, 13 de septiembre de 2014

De lo pintado a lo vivo

Julio Anguita González
Mundo Obrero
 
Raimondo Montecuccoli (1609 – 1680 ) genio militar de su época y autor de brillantes tratados sobre la guerra, expresó sus críticas a aquellos generales que ante una situación bélica de características novedosas o poco comunes, solían acudir a los textos de estudios militares de tipo académico para indagar en ellos qué hubieran hecho en semejante situación Alejandro Magno, Pirro, Aníbal o Julio César. Por otra parte y partiendo siempre de que la realidad es concreta, difícilmente repetible y anclada en necesidades inmediatas, Montecuccoli afirmaba que en la guerra hacían falta tres cosas: dinero, dinero y dinero.

A simple vista podría considerarse como contradicción el que un estudioso de las cuestiones bélicas desechara los saberes acumulados sobre ella para cambiarlos por una aparente y frívola improvisación. Nada de eso, lo que Montecuccoli decía era que los saberes, las teorías, los principios, las experiencias acumuladas, deben servir de guía pero, en absoluto convertirse en un catecismo o en manual de recetas. La realidad del momento exige respuestas pertinentes.

Siglos después, el genio revolucionario de Lenin reiteraba que la verdad era concreta y no abstracta o que el árbol de la teoría era gris pero el de la vida era verde. Lenin en abril de  1917 acepta de los alemanes (previo permiso del soviet de Petrogrado), viajar en tren desde Suiza hasta Finlandia para ayudar a la causa de la revolución haciendo campaña contra la guerra, y no abandonando en ningún momento el objetivo fundamental, por mucho que los alemanes quisieran utilizarlo para ganar el conflicto armado a la Rusia zarista. ¿Puede considerarse como traidor a Lenin? ¿Puede ser motejado de populista desideologizado a Lenin porque, dirigiéndose a la población rusa de campesinos y soldados, no hablase de la lucha de clases o de la izquierda y fijase el objetivo de la Revolución, en aquél momento, en aquella coyuntura, en aquella fase, en tres ideas: paz, pan y tierra? ¿Podía considerarse a Lenin un iluminado o visionario cuando asumió que en aquella hora y en determinadas cuestiones, las masas iban por delante del propio partido?

Antonio Gramsci postuló la necesidad de una respuesta popular ante una situación de extrema gravedad planteando la necesidad de una ideología-mito que no debía presentarse como una fría utopía ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para rescatar y organizar su voluntad colectiva. Nótese como el objetivo central es conseguir la cohesión de una mayoría social sin especificar adscripción ideológica alguna.

Enrico Berlinguer planteaba su propuesta de Compromiso Histórico como un designio de transformación de la sociedad y del Estado por medio de un movimiento unitario y democrático en el cuál sean protagonistas, en condiciones de igualdad, todas las fuerzas populares. Curiosamente, y por aquél entonces el dirigente del Partido socialista de Italia, Bettino Craxi, planteaba como alternativa la “unidad de la izquierda” para desalojar del poder político a la Democracia Cristiana.
Muy recientemente (28 de Agosto del 2014) ha aparecido en Rebelión un artículo de Marta Harnecker: Para construir una sociedad socialista se requiere de una nueva cultura de izquierda, que consta de 59 epígrafes. Por cuestiones de espacio me limito a recomendar su lectura y muy especialmente los puntos 56, 57, 58 y 59.

No creo que ninguno de nuestros lectores considere sospechosos de derechización o traición a los comunistas anteriormente citados. Hay en ellos una curiosa coincidencia que atraviesa sus textos y sus proyectos. Una coincidencia que sigue estando de actualidad y se expresa en tres líneas de análisis y propuesta:

1. El valor fundamental de saber en qué fase y en qué momento de la lucha social se está. El valorar la coyuntura, actuando en consecuencia. Lenin la definía como el punto nodal en el que se condensan todas las contradicciones. En consecuencia los planteamientos para la acción y la organización deben atenerse a esa realidad. En ningún momento plantean cuestiones de principios o de “purezas de sangre” ideológicas o políticas. Se atienen a lo expuesto en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels cuando afirmaban que los comunistas no eran diferentes a las demás organizaciones obreras pero que se diferenciaban en una sola cuestión: tener presente el objetivo final en todas y cada una de las acciones diarias. Suficiente.

2. Derivado de todo lo anterior se desprende la necesidad de evaluar, distinguir y actuar entre las contradicciones y los aspectos primarios o secundarios de las mismas. Hoy, en España, la contradicción principal o fundamental se establece entre el Poder y su expresión política, el bipartidismo y la mayoría social. Una mayoría social en la que la izquierda de carné, ideas o sentimientos no es mayoritaria aunque anhela soluciones para sus problemas a la vez que rechaza la corrupción mafiosa y la degradación de los poderes del Estado. Esta contradicción principal tiene un aspecto secundario interesante: la tensión preelectoral entre PP y PSOE que se manifiesta en críticas u oposición a determinadas propuestas como, por ejemplo la elección de alcaldes que plantea el gobierno. Se debe actuar en esta contradicción o algunas otras sin olvidar jamás quienes son los antagonistas en la contradicción principal.

3. El protagonismo, por encima de cualquier otra consideración, de las masas organizadas. Unas masas que en cada época histórica tienen un componente diferenciado a tenor de los procesos de producción, los niveles culturales o sociales y sobre todo, como consecuencia de la creciente proletarización de sectores, grupos y sujetos menores del proceso productivo. Todo ello proporciona un pie forzado que nunca debe olvidarse: la pluralidad. Este ingente y abigarrado conjunto que constituye la mayoría, está atravesado de manera consciente o inconsciente, por contradicciones secundarias (muchas veces exclusivamente ideológicas) que si no se ubican en su lugar terminan por devenir en rupturas. El remedio contra ello es el Programa (que no es un listado de deseos) y la manera de elaborarlo. Esa era la razón que informaba la extinta elaboración colectiva de IU. Un Programa que, a tenor de su idoneidad para resolver problemas hace que muchos colectivos y personas notoriamente refractarios a la izquierda terminen como el personaje de Molière, hablando en prosa pero sin saberlo.

Con la vista puesta en la coyuntura histórica que nos ha tocado vivir. Con la necesidad más que urgente de una respuesta mayoritaria que cambie el curso de las cosas. Con el momento único que se vive tras el 22 de Marzo y el 25 de Mayo. Con la conciencia de que si esta oportunidad se desaprovecha no se levantará cabeza en décadas. ¿Es tan difícil poner el acento en lo mucho que compartimos unos y otros y, en consecuencia, establecer un nexo programático común que haga posible lo que soñara Antonio Gramsci?

Cualesquiera que, por una parte, pongan el acento en cuestiones de pedigrí ideológico (refugio fácil para la inacción), vivan sempiternamente en la cultura de la sospecha que el franquismo hizo recaer sobre los comunistas o se refugien en la torre de marfil de su inmarcesible momento de gloria, están objetivamente despreciando una oportunidad histórica. Las organizaciones viven para las causas y no las causas para las organizaciones.

Para mayor abundamiento en lo que quiero decir y proponer, me remito a mi artículo “Ahora. Sin pretextos”.

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